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Base documental
d'Història Contemporània de Catalunya.
La Restauració (1874-1931) - Crisi de la Restauració
(1898-1931)
"
La Llei de fugues " (1921)
Font:
BUESO, Adolfo:Recuerdos de un
cenetista.1976:Barcelona.Editorial Ariel. Col. Horas de
España, 2 vols.
Text:
(...)
El año 1921 vio
agudizarse el sistema criminal llamado "Ley de
Fugas", que ya había sido ensayado durante el mando
del gobernador Maestre Laborde, conde de Salvatierra. El
procedimiento es sabido, pero lo vamos a especificar
aquí para conocimiento de las nuevas generaciones que
tienen la suerte de no haber vivido aquellos tiempos. Los
guardias llevan conducidos a varios presos, a pie y de
noche, de la cárcel al palacio de Justicia, o viceversa;
cuando no hay posibles testigos, los guardias, que
previamente han dejado adelantar a los presos, absortos
en sus pensamientos, disparan a distancia sobre los
conducidos, les matan y luego dan parte a sus superiores,
alegando que las víctimas intentaban fugarse. De uno de
estos asesinatos se salvó un muchacho de Castellón,
llamado Parra, que, herido, se hizo el muerto, y cuando
en el depósito de cadáveres del Hospital Clínico se
consideró fuera de peligro, dio señales de vida y fue
conducido a una sala y curado de varias heridas no
vitales. Después fue mandado, de nuevo, a la cárcel.
Allí explicó cómo se había efectuado el crimen- Eran
cinco sindicalistas que estaban detenidos en la jefatura
de policía, sin saber por qué. A medianoche fueron
sacados de los calabozos y entregados, bajo recibo, a dos
parejas de la guardia civil para ser llevados a la
cárcel, cuando lo usual era que fueran llevados en el
furgón celular. Los guardias ataron a los presos de dos
en dos y uno solo detrás, pero las cuerdas iban atadas
unas con otras; imposible que uno de los detenidos
intentara escapar solo. Subieron por la Vía Layetana,
calle Claris y torcieron por la de Aragón. Los
condenados iban flanqueados por dos guardias a ambos
lados y dos detrás. Hubiera sido absurdo intentar la
fuga. Al llegar a la calle de Vilamarí les hicieron
tomar calle arriba, como si fueran hacia la cárcel. Por
aquella época aquel sector de la ciudad estaba sin
edificar y casi sin luz. De pronto los guardias de los
lados se quedaron rezagados e inmediatamente sonaron los
disparos de máuser, por dos veces. Los cinco conducidos
cayeron al suelo sin siquiera gritar. Uno de los guardias
fue al Hospital Clínico y ordenó que fueran a recoger
los muertos. Tras mucho dicutir, y después de haber
telefoneado a la jefatura, los empleados del hospital
acabaron por utilizar un carro que tenían para hacer las
compras, y en ese vehículo fueron llevados, amontonados,
los cinco muertos, que no eran más que cuatro. Parra
oyó los disparos y se sintió herido en la espalda v en
las piernas, pero no perdió el conocimiento ni un
instante y, comprendiendo de lo que se trataba, tuvo la
serenidad de fingirse muerto, estirado boca abajo en el
suelo, y con un brazo estirado fuertemente por el de otro
compañero muerto. Se sentía desangrar lentamente, pero
comprendió que,si callaba, tenía una débil posibilidad
de salir con vida de aquel atentado vergonzoso. Así
estuvo más de media hora. lnfinidad de ideas se
agrupaban en su cerebro, su familia, su prometida, su
pueblo... pero sobre todas el instinto de conservación.
¡Vivir! Había que vivir, y para ello, no moverse,
callar, sufrir. Los guardias debían haberse retirado a
alguna distancia, porque, aunque oía como hablaban, no
lograba entender lo que decían. De pronto le acongojó
la idea de que fueran a darle el tiro de gracia. Todas
las ideas se marcharon de su cerebro como pájaros
asustados. Su atención agudísima no tenía más razón
de ser que escuchar, escuchar con el temor inmenso de
oír los pasos fatídicos de un guardia que pudiera
acercarse con el fusil preparado para acabar con él.
El tiempo transcurrió lentamente. Se esforzaba en pensar
que, forzosamente, los cadáveres tenían que ser sacados
de allí; pero se asustaba pensando en que no lo harían
hasta el nuevo día- Y faltaban horas. ¿Cuántas? ¿Qué
hora era? Y mientras tanto la sangre salía por sus
heridas y se sentía desfallecer. Por fin le pareció
oír,lejos, como el rodar de un vehículo. Su terrible
esperanza le dijo que sí, que venían a recoger a los
muertos. Y era verdad; poco a poco se distinguía más
claramente el rodar del carruaje sobre el pavimento.
Llegó el carro, hablaron guardias y enfermeros, y, por
su proximidad, entendió, entonces, lo que decían :
-Bueno; ya pueden cargarlos.
Se acercaron los enfermeros al grupo trágico. Parra se
sintió elevar del suelo y después le volvieron a dejar
caer, sintiendo profundos dolores en sus heridas.
-Si no los desatan, no podremos cargarlos en el carro.
-Pues es verdad, cojones -dijo uno de los guardias-.
Vamos a ver.
Rechinaron los muelles de una navaja albaceteña.
-Aguántame el fusil, Rodríguez.
El guardia fue cortando las cuerdas junto a las muñecas
de los caídos. Parra contuvo desesperadamente la
respiración hasta que la navaja liberó su mano de la
del compañero muerto...
Se sintió levantado de nuevo por cuatro manos que le
cogieron por debajo de los brazos y por las piernas. Le
balancearon un poco y le lanzaron dentro del carro. Era
el primero; sobre él cayeron los otros cuatro cuerpos de
sus compañeros. Afortunadamente el trayecto era corto.
Tendido en el carro, boca abajo y síntiendo los cuerpos
de los muertos sobre el suyo, aguantando los baqueteos y
sintiendo su propia sangre sin dejar de fluir. Aquello
era superior a un castigo dantesco. Una sola idea
martilleaba su cerebro: «No llegaré a tiempo, no
llegaré a tiempo».
Se paró el carro. Se oyó el chirriar de una puerta
metálica que funcionaba. Otra vez el carro en marcha.
Voces:
-¿A qué sala ?
-¿Sala? Al depósito. No hay nada que hacer.
Vuelve a pararse el carro. Siente cómo, uno tras otro,
son levantados sus compañeros. Después le toca el turno
a él. Ya está casi desangrado, pero su voluntad se
impone. Si acaba de perder el conocimiento está perdido
del todo, pues terminaría de desangrarse en el
depósito. Pero sigue haciendo el muerto, por si acaso
están allí todavía los guardias civiles. Se siente
depositado sobre algo duro: «Es el mármol», piensa. Ha
llegado el momento de resucitar; si no lo hace ahora
mismo, los enfermeros se marcharán y quedará allí en
calidad de cadáver, de "fiambre", se le ocurre
pensar humorísticamente. ¡Qué absurdo! Bromear sobre
su propia muerte. ¿Estarán los guardias? No importa ya;
aunque estén, ya no puedo esperar más, piensa. Abre los
ojos y ve una lámpara muy
débil pendiente del techo, vuelve la cabeza: hombres,
batas blancas y azules. No, no hay tricornios, ni
fusiles. Y habla:
-Oigan; no estoy muerto.
Y no le hacen caso. ¿Por qué? Cree ahora gritar:
- ! Que no estoy muerto! !Que no estoy muerto!
Nada. Los hombres siguen hablando entre sí sin
oírle."¿ Estaré muerto?.¿Será esto la muerte?
No seas idiota- Es que no te deben oír. Acaso no tienes
voz." Entonces, haciendo un tremendo esfuerzo,
levanta un brazo y lo deja caer pesadamente. Al ruido,
los hombres vuelven la cabeza."Ahora -piensa Parra-,
se asustarán y echarán a correr.» No, al contrario,
vienen hacia él.
-Éste vive. Pronto, una camilla. Deprisa, acaso pueda
salvarse.
Uno de los enfermeros se arrima y dice a Parra :
-No te desesperes. Vamos a curarte. ¿Qué os ha
ocurrido?Parra ya no puede hablar, ni apenas pensar.
Cuando, suavemente, le depositan en una camilla, se
desvanece de verdad...
Percibía como unos murmullos; luego como unos pasos
quedos y silencio otra vez. Murmullos, pasos... Ahora,
más claro, oye voces femeninas, pero tenues, como un
bisbiseo. Luego más claras. Le pesan los párpados, pero
hay que abrir los ojos, porque ¿qué pasa? Sí; logra
abrir los ojos, pero no ve claro, todo es como una
niebla, a través de la cual se mueven sombras blancas-
Ahora se acercan...Siente una mano sobre su frente.
Hablan, pero no comprende bien. Poco a poco la niebla se
disipa. Una monja, ¿ joven,vieja? No lo sabe.-No se
mueva- Estése quieto; todo pasará.Él empieza a pensar.
¿Por qué estarse quieto? ¿Qué es lo que tiene que
pasar? Pero, es raro, no tiene ganas de preguntar
nada.Tiene sueño y vuelve a cerrar los ojos...Otra vez
las palabras quedas, incomprensibles. Abre los ojos y
ahora ve claro, bien claro; sin duda está en una sala
del hospital,Tiene sed, ve un vaso con agua sobre la
mesilla de noche. Intenta alargar el brazo. ¡Qué dolor!
No, no puede. Y menos incorporarse, «Bueno, ya vendrán.
¿ Qué me pasa ? » No puede coordinar ideas... «Estoy
herido, ya lo comprendo; pero, ¿por qué? ¿Qué
hospital es éste? Sed, tengo sed, tengo sed.» Estas
últimas palabras acaba por pronunciarlas claramente,
casi en alta voz. De la cama de al lado se levanta un
hombre y se le acerca, preguntándole:
-¿Quieres agua?
-Sí.
-Toma, bebe -y le acerca el vaso a los labios, mientras
le sostiene la cabeza.
-Gracias.
-Para servirte. No te muevas mucho. Te has escapado de
buena. Ahora, reposadamente, ve haciendo memoria de lo
que te ha ocurrido. Es muy interesante que el mundo lo
sepa... Si ves un guardia, no hagas caso, es una cosa
corriente en esta sala. Reposa y haz memoria.
Poco a poco, por fragmentos, fue haciendo memoria y
volvió la luz a su cerebro, reconstituyendo toda la
horrible verdad.
Mes y medio estuvo en el hospital. Tenía seis heridas de
bala: cuatro en las piernas y dos en la espalda,
interesándole el pulmón una de ellas, pero los médicos
le aseguraron que saldría bien. La policía vino a
interrogarle, pero se negó en absoluto. Se quejó a los
médicos, y no volvieron a importunarle con
interrogatorios. Siempre había un guardia en la puerta
de la sala, por él, claro. ¡Como si fuera posible una
fuga! ¿Una fuga? ¿y por qué no? A falta de cosa mejor
en que pensar, empezó a complacerse en un procedimiento
de fuga. Sin esperanza de poder llevarlo a cabo,
solamente estudiaba el asunto como una cosa deportiva.
Como para ser aplicada a otro. Porque en seguida se dio
cuenta de que, sin la ayuda exterior, no se podía
intentar nada. Y él no recibía visitas de
fuera.Sospechaba que le podrían intervenir la
correspondencia y no quería comprometer a nadie. Su
propio caso le hacía temer por la seguridad de sus
amigos. A callar, pues, y a esperar.
Sin estar completamente curado, le mandaron al la
cárcel. El médico de la sala, al despedirle, le dijo:
-Muchacho: he hecho lo imposible por retenerte, y no he
conseguido gran cosa; pero ya estás fuera de peligro.
Sin embargo,puedo asegurarte que esta vez irás en coche
y no te pasará nada.
Y así fue. Vinieron unos guardias y, casi
consideradamente, le llevaron hasta el coche celular Fue
por su propio pie, puesto que ya hacía días que andaba
por la sala, pero todavía tenía dos heridas en las
piernas que no acababan de cicatrizarse.
En el coche iba casi contento. Suponía que en la cárcel
encontraría amigos y compañeros y la vida sería más
agradable. Solamente, se decía, con tiempo, hubiera
acabado por escaparme del hospital. Es fácil! ¡Qué
lástima! .
Martínez Anido y Arlegui, además de asesinar en los
calabozos de Jefatura y fomentar los atentados de los
«libreños», empleaban la «Ley de fugas» en gran
escala, ¿Cuántos hombres murieron así? No se sabe.
Nadie se ha preocupado nunca de llevar una estadística,
de contar los propios muertos. Además, se empleó el
terrible sistema de las deportaciones por carretera.
Cuarenta o cincuenta hombres, atados por parejas, eran
sacados de la cárcel una madrugada y puestos en la
carretera; iban a pie, escoltados por varias parejas de
la guardia civil a caballo. Y carretera adelante,
kilómetros y kilómetros. Las noches las pasaban en las
cárceles de las cabezas de partido, siempre
insuficientes para tantos presos. Las parejas de la
guardia civil se iban renovando por el camino. Después
de quince o veinte días, estos deportados eran dejados
en poblados míseros de
las provincias de Teruel, de Cuenca o de Guadalajara; sin
dinero, sin trabajo, sin ninguna perspectiva, y teniendo
que presentarse,a diario, en el cuartel de la guardia
civil.(134-139 pp.)
(...)
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